¿Quienes somos?


Somos una Asociación Civil sin fines de lucro que promueve relaciones equitativas entre los géneros, integrada por profesionistas provenientes de diversas disciplinas: psicología, trabajo social, sexualidad y derecho; expertas/os en relaciones violentas y codependientes, violación, sexualidad y género.

Pretende colaborar en la de-construcción de los esquemas sociales de convivencia que alientan relaciones inequitativas entre los géneros, mediante la prevención, atención y modificación de patrones culturales que originan violencia.



CONFERENCIAS, CURSOS, TALLERES, CAPACITACION EN:

Violencia, Sexualidad, Género, Abuso sexual.

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ATENCIÓN A NIÑAS(OS) CON PROBLEMAS CONDUCTUALES

ESTUDIOS VOCACIONALES Y PERITAJES PSICOLOGICOS



lunes, 25 de noviembre de 2013

El último día

Velvet Romero García
Publicado por Semanario Punto diciembre 2010

El último día que pasé con ella fue muy extraño, yo diría especial; había ido a verme al restaurante donde solía trabajar como cajera, entró discretamente, sin aspavientos, así como ella era: discreta y sencilla. Mientras estaba absorta en las últimas labores del día se acercó a mí; su delgada figura y su cabello largo me hicieron voltear.

Como si pudiera adivinar que no había comido, la invité a cenar, aceptó aunque un poco avergonzada de haberla descubierto; mientras partía con cuidado el pollo a la naranja que le llevó personalmente el cocinero del restaurante. Intenté platicar con ella, ¡hace tanto que no lo hacíamos!, pero tan sólo pude sacarle algunos monosílabos que únicamente conseguían dejarme más intranquila; había puesto una barrera que ni yo, ni nadie pudimos atravesar. El reloj marcó las nueve, sin haber terminado me miró angustiada diciendo: ¡ya vámonos, es tarde!, su comentario me extrañó ¿por qué tendría que llegar tan de prisa a su casa?

Estaba lloviendo copiosamente cuando salimos del restaurante; mientras corríamos a algún lugar para guarecernos metí mi pie en un charco y ella se río fuertemente, tal y como solía hacerlo antes de que se fuera de la casa. Recuerdo esos instantes como si hubiese sido ayer: nos subimos al camión y platicamos todo el camino. Ya me voy a bajar, me dijo cuando entramos al pueblo, ¿me puedes prestar dinero para mañana?, debo confesar que su petición me sorprendió, no era común que ella se quedara sin dinero, ¡pero las cosas habían cambiado tanto desde que ya no estaba con nosotros!, sólo aceptó 10 pesos. Me dieron ganas de bajarme con ella y acompañarla, pero la oscuridad del lugar me detuvo, había prometido ir a la casa al otro día muy temprano por la mañana, para ir por la leche y preparar el desayuno como siempre lo hacía; así es que desistí de mi idea, ¡aquí me bajo! —dijo levantándose rápidamente del asiento—, y sin pensarlo dos veces, le pedí un beso de despedida.

Regrésate

Esa noche no pude dormir, estuve dando vueltas en la cama muy intranquila, me levanté temprano, mientras me arreglaba, pensaba en ella, ya era hora de que hubiera llegado; estuve tentada en irla a buscar, comprarle algo para que desayunara, pero mi entrevista era a las 8 y ya era tarde. Quizás se entretuvo en algo —pensé como para tranquilizarme—, luego le llamo y me subí al camión rumbo al centro. Al poco rato, me llegó un mensaje extraño: “urge que te regreses a tu casa”. Lo primero que se me vino a la mente fue que alguien se había caído, le devolví la llamada a mi hermana y sólo consintió en decirme que me regresara y sin mayores explicaciones me colgó. Lo que pasó después me lo contaron de a poco, con el paso de los días fui hilvanando cada uno de los detalles que hoy me permiten contar esta historia.

Tan sólo unos minutos después de haberme ido, alguien tocó a la puerta desesperadamente, una de mis hermanas abrió sorprendida de que alguien, a esas horas, pudiera ir a molestar; ¿qué quieres, por qué tocas así, qué haces aquí, y mi hermana, está bien?, háblales a tus papás, diles que vengan, ¿le pasó algo a mi hermana? Que les hables por favor… Julio estaba pálido, sus manos le temblaban. Mientras fue a llamar a mis padres, salió mi hermano, que había escuchado todo. ¿Dónde está Isabel, qué le hiciste pendejo?, por favor llamen a una ambulancia porque yo la vi muy mal –exclamó por fin Julio. Mi hermano, mi papá y Julio se fueron apresuradamente al pueblo vecino, a unos 10 minutos de aquí; mi mamá, dos de mis hermanas y mi cuñado los siguieron después de un rato.

30 de agosto de 2008

Parecía una vecindad, el lugar era sombrío e insalubre. Era la primera vez que entraba, daba tristeza estar allí; el cuarto donde se había ido a vivir mi hermana era pequeño, sólo cabía una cama, un buró y un ropero que no tenía ropa suya. De un lado estaba una ventana tapada con plástico y la puerta de madera tenía hoyos por los que se podía ver desde afuera. Yo no la vi ahí, sólo mi padre y mi hermano pudieron notar que estaba boca abajo, con un pie metido debajo del ropero y otro bajo la cama; yo no vi sus moretones ni su dedo roto, ni las uñas con restos de sangre y piel de la persona que la atacó, tampoco vi su cuerpo semidesnudo… inerte; la bolsa de plástico que le había cubierto la cara mientras aún respiraba estaba junto a su cuerpo, todavía tibio.

La sacaron del cuarto envuelta en una cobija, la subieron al auto tratando de encontrar desesperadamente a la ambulancia que había prometido llegar. Cuando los paramédicos la revisaron supieron que había muerto. Isabel se había ido antes de la llegada de mis padres.

El comienzo

Isabel era la consentida de la casa, todos la adoraban y ella amaba profundamente a su familia, pero hasta su confianza y dedicación a nosotros se esfumó cuando empezó a salir con Julio. Lo conocía de hace tiempo, él es chofer de la línea de autobuses que abordaba mi hermana todos los días para ir a trabajar, con el paso del tiempo —y supongo que con el trato diario— empezaron a gustarse, en enero de 2008 le pidió que fuera su novia a pesar deque él era casado y tenía dos hijas; ella aceptó, con la promesa de un pronto divorcio, él tenía 26 y ella 23.

Yo sospechaba que la trataba mal, oí cuando le gritaba por teléfono, pero nunca nos quiso decir nada. Isabel se volvió aún más callada, se enojaba cuando le preguntábamos por él, lo justificaba cuando notábamos cómo la trataba, “es que yo tengo la culpa de que me hable así porque no le contesté pronto el teléfono” –solía decir.

Ella era muy alegre, pero con el paso de los días la notaba cada vez más preocupada, aún me pregunto
por qué; quizás la familia, el trabajo o tal vez esta relación la había transformado en una persona que
no conocíamos. Empezó a mentirnos para salir con él, llegaba muy tarde o se desaparecía largas horas;
mis padres, preocupados, hablaron con ella primero, luego le llamaron la atención, pero no parecía escucharlos; al contrario, parecía que se habían vuelto sus enemigos.

Fue mi papá quien intentó ponerle un alto, la regañaba mucho tratando de hacerla entender, pero ocurrió lo contrario. Un día llegó más tarde de lo habitual, mi papá estaba furioso, discutieron, él la insultó y la corrió; sin pensarlo dos veces Isabel se fue hacia el cuarto, tomó una maleta y empezó a empacar, mi mamá fue a encarar a mi papá culpándolo de lo sucedido. Julio la estaba esperando afuera, “si la regañaban, él se la iba a llevar”, fue una noche larga y triste, después de tanto gritar, Isabel salió de la casa prometiendo irse por unos días con una amiga —de Julio y que nadie conocía— pues su plan era vivir sola después.

Mi mamá salió tras de ella, tratando de averiguar con quién se iba. Una muchacha se bajó de una camioneta y le trató de explicar que se iba a quedar con ella, que no se preocupara; había otro hombre que las acompañaba, era un amigo de Julio, chofer como él. Julio creía firmemente que el responsable de esta situación era mi papá, pues la había orillado a esto, era 7 de agosto de ese mismo año.

No supimos cómo era el lugar a dónde se fue a vivir hasta el día en que la encontramos muerta, pues sólo en un par de ocasiones la fuimos a dejar a la puerta de su casa, pero no pasamos de allí. Yo empezaba a sospechar que las cosas no iban bien: iba a lavar su ropa a la casa, incluso se iba a bañar, ella argumentaba que alguien había intentado abrir la puerta mientras se bañaba y tenía miedo, pero no se regresaba a casa.

Al poco tiempo Julio nos dijo que ya estaban viviendo juntos y eso nos desanimó aún más, era un 28 de agosto, cumpleaños de mi hermana Mónica, cuando nos dieron esa noticia, Isabel había comprado un pastel y mientras le cantábamos Las Mañanitas, sonó su teléfono, era él, que la estaba esperando afuera; salió apresuradamente llevándole una rebanada de pastel y regresó enojada, “es que quiere que ya nos vayamos y yo apenas acabo de llegar, yo le dije que si quería me esperara, si no, que se fuera” –respondió.

Isabel y mi mamá salieron a hablar con él, nadie sabía por qué estaban enojados; mi mamá hizo lo posible para que se reconciliaran y de pronto, Isabel exclamó: “yo me quiero quedar”. El anuncio sorprendió a mi mamá y hermana que allí se encontraban, pidieron explicaciones del por qué de ese cambio, pero ella como hasta entonces, no había querido decir nada. A los pocos minutos, Julio se acercó a ella, le dijo algo y cambió de parecer, hasta ahora nunca hemos sabido qué le dijo para convencerla, después de esa noche, ya no la volvimos a ver con vida, si yo hubiera sabido que ya no se quería ir con él…

La sospecha

El día de la muerte de Isabel, Julio afirmó que se fue a trabajar a las 5 de la mañana, a hacer su primer recorrido y que había quedado en pasar por ella a las siete para llevarla a su trabajo. Él llegó a la hora prometida, pero se encontró en la puerta a su compadre que también vivía allí y le pidió una cerveza, asegurándole que su esposa estaba bien y dormida. Cuando Julio entró al cuarto la vio tirada en el suelo con una bolsa de plástico cubriéndole la cabeza, al tratar de enfrentarlo él sacó un chuchillo del lavadero y trató de apuñalarlo, se le escapó y huyó dejando tras de sí el cuerpo de mi hermana.

No sé bien en qué momento le quitó la bolsa de la cabeza ni tampoco entiendo por qué lo primero que se le ocurrió fue venir a avisarnos antes que llamar a una ambulancia o a la policía, o simplemente gritar para que alguien viniera en su auxilio. Perdió más de 10 minutos en irnos a buscar, dice el médico forense que ella murió a las siete en punto. Los tiempos no me cuadran, su ronda es de aproximadamente 90 minutos, y él forzosamente llegó antes de que muriera. Si le dio tiempo de forcejear con el tipo, seguramente estaba allí
mucho antes. Pero la única versión que tenemos es la de él y nadie se la cree, nadie nos quiso ayudar,
ni los vecinos, ni las autoridades, ni nadie.

El viacrucis

Nuestro calvario empezó en el momento mismo en que los médicos dijeron que su cuerpo no servía como evidencia, pues había sido tocado por muchas manos diferentes y no podrían establecer de quién eran los restos de piel incrustados en sus uñas. Levantamos un acta en la Procuraduría, esa que está en la avenida Morelos, sus respuestas a medias y sus acciones inconclusas nos desesperaron, “si al mes no encontramos a la persona responsable el caso se suspenderá”. El asunto quedaría definitivamente cerrado si en el plazo de un año el responsable no aparecía. Para poderlo perseguir después de ese lapso de tiempo —dijeron— él tendría que hacer otra cosa, cometer algún otro delito para que se le vuelva a buscar.

Los judiciales se acercaron a mi papá: si quería que después de ese mes continuaran las investigaciones,
tenía que pagar, así fue como les dio 20 mil pesos de los 50 mil que pedían, después eso ya no era suficiente, querían más, pero mi papá se negó a seguir pagando y allí se quedó el asunto, sin resolver y nosotros con el dolor.

Sin ella

La vida sin Isabel ha sido muy triste, ¡yo la quería tanto!, todos la queríamos mucho, su sonrisa me hace falta, como yo, tenía 23 años, era mi gemela y todavía me digo que si yo hubiese sabido que ella se quería quedar, hubiera hecho hasta lo imposible para que esa noche no se fuera. A veces siento que me viene a ver, me da un beso y se marcha, sin decir quién fue el que le hizo eso; a quién debo buscar para que pague, la veo entre sueños, me dice que me quiere y que está tranquila, que muchas veces quiso morirse, pero ahora comprende que todavía hay responsabilidades que atender. Quiere que cuide a mis dos hermanas menores y me promete que me vendrá a ver de vez en cuando. Y mientras tanto, sólo quedan los recuerdos de los cantos y los juegos, de aquella infancia que jamás volverá y en la que ella tampoco estará para recordarla junto conmigo.