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Somos una Asociación Civil sin fines de lucro que promueve relaciones equitativas entre los géneros, integrada por profesionistas provenientes de diversas disciplinas: psicología, trabajo social, sexualidad y derecho; expertas/os en relaciones violentas y codependientes, violación, sexualidad y género.

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sábado, 27 de enero de 2007

De lloronas y brujas

Velvet Romero García

“…Y ahora sí maldita bruja Ya te chupastes a mi hijo (…)
Y ahora le vas a chupar Y a tu marido el ombligo…”
La Bruja.
Canción Mexicana de Dominio Popular

Canciones y leyendas que invaden el imaginario. Reflejo de una realidad, deseo de sujeción y de preservación de un orden. Auguran los sucesos por venir en caso de transgredir las reglas. Simbólica que deambula entre los rincones, tratándo de ser eterna, inmutable. Representaciones que circulan proponiéndo una visión –-masculina— y por ende parcial de la realidad.

La leyenda de la Llorona data de la época colonial, no es una historia exclusiva de México, se puede constatar su presencia en toda Latinoamérica, con sus respectivas variaciones geográficas, teniendo como protagonista la presencia espectral de una mujer que produce temor con sus gemidos. En México, se pueden rastrear algunos vestigios de la época prehispánica, que hacen referencia a las representaciones de las diosas madres.

Son numerosas las explicaciones que causan su dolor. Algunas versiones[1] cuentan que se trataba de una mujer de sociedad, muy bella, que se casó con un hombre mayor, que la quería y la consentía pero que no tenía fortuna, a pesar de ello, trabajaba incansablemente para darle lujos y cumplir sus caprichos, mientras ella, dilapidaba todo el dinero.

Tuvo cuatro hijos(as), que fueron criados(as) por la servidumbre. Un día, el marido enfermó gravemente y murió, dejándo a la viuda desamparada. Ante esta situación, la mujer vendió muebles y alhajas, hasta que, finalmente, resolvió matar a sus hijos(as), ahogándolos en las aguas caudalosas de un río cercano. La mujer no pudo con los remordimientos y regresó al lugar del crimen, lanzándose ella también al río. A partir de entonces, se escucha por las noches la voz de una mujer que grita: ¡ay mis hijos!, se trata de la Llorona, que busca desesperadamente a los niños(as), que ella misma ahogó.

La mujer filicida
La Llorona, sea en la versión que sea, es ante todo madre, es el “espíritu de una mujer condenada a errar por el mundo, porque renegó la maternidad, deshaciéndose del fruto de su vientre, por temor al que dirán”[2]. Se trata de una mujer filicida.
El filicidio, como una modalidad de homicidio, designa la “muerte del propio hijo por mano del padre o de la madre”[3]. Se distingue del infanticidio porque éste consiste en dar muerte a un ser humano dentro de las primeras 72 horas después de su nacimiento y puede ser provocada por cualquier persona, no sólo por los padres; y del aborto, cuando el embarazo es interrumpido antes de parir.

La Llorona era un mujer frívola y banal, egocéntrica, preocupada por sí misma. Era una mala esposa: hacía trabajar “incansablemente” a su marido para cumplir con sus caprichos. Quizás su indiferencia y el exceso de trabajo para complacerla produjo también su muerte, pero la Llorona es ante todo, una mala madre: no se ocupó del cuidado de sus hijos y prefirió matarlos.

La Llorona está condenada a penar todas las noches, su crímen no tiene posibilidades de reparación, no hay forma de que pueda descansar en paz. Su culpa, será la marca que la acompañará más allá de la muerte, como un castigo eterno. Aún después de su existencia, seguirá siendo una mala madre, una filicida.


La leyenda

Los mitos y las leyendas constituyen la base que sostiene ciertos saberes. La Llorona pone de manifiesto una realidad cotidiana: el filicidio y también anuncia el castigo que recibirán las mujeres que lo lleven a cabo: locura, repudio social y pena eterna.

En un estudio realizado por Azaola (1996)[4] en 1994, sobre hombres y mujeres que cometieron homicidio en la Ciudad de México, menciona que, a diferencia de lo hombres, las mujeres en su gran mayoría, dan muerte a un familiar (76 por ciento de los casos). Como es sabido, la vida de las mujeres transcurre en el mundo privado, su vida gira en torno a lo doméstico, sus relaciones interpersonales se reducen a sus hijos(as), padres, cónyuge y parientes cercanos que en ocasiones viven dentro del núcleo familiar. Por lo tanto, no es de sorprender que en este ámbito, la mujer dirija primordialmente su agresividad.

Esta visión de lo familiar conduce sin lugar a dudas hacia una paradoja. La familia puede proteger, pero también puede herir. La concepción clásica de familia, la describe como un lugar natural para crecer y recibir auxilio. Pero, como se ha denunciado recientemente, es precisamente por esta percepción de seguridad y confianza que se crea entre sus miembros, que puede representar también un mayor peligro.

“Todas las madres son la bruja del cuento y el hada madrina”[5], son las que proveen los cuidados, las que cubren las necesidades de sus hijos(as), pero, al mismo tiempo, castigan y disciplinan.

El filicidio no es un fenómeno reciente, ya desde el mito griego de Edipo Rey, se puede apreciar las tendencias agresivas de los padres hacia sus hijos; la Llorona, también forma parte del grupo de madres filicidas.

Entre los siglos XVI al XIX, el abandono de los niños(as) era una práctica común, se solía derivar la crianza a nanas y nodrizas, a mediados del siglo XIX, se comienza a denunciar el descuido de los hijos(as). Sin embargo, las opiniones no tendieron hacia una crianza compartida, sino que, se le dio a la mujer la responsabilidad de velar por la (buena) supervivencia de sus descendientes. Así fue, como la mujer del siglo XX, aparecería ante todo como madre, girando su existencia en torno a su función reproductiva.

Algunos autores argumentan que el maltrato, la negligencia, la mutilación, e incluso la guerra, pueden considerarse como casos atenuados de filicidio; éstas formas se han vuelto casi imperceptibles por la sociedad, lo que permite vislumbrar que las tendencias agresivas de los padres hacia los hijos(as) son conductas cotidianas y no casos aislados.

La ideología dominante no reconoce la agresividad parental, mucho menos la materna. Las ideas estereotipadas del ser mujer, impiden reconocer estas tendencias. Las mujeres son socializadas para evitar demostrar su agresividad, además, se considera que las mujeres “desean” ser madres, para ello fueron educadas. México es un país que valora a la madre por sobre todas las cosas, por consecuencia, se espera que una mujer sea, tarde o temprano, madre. No es bien visto no querer serlo. La maternidad para muchas mujeres, representa una experiencia impuesta por la cultura. Los costos de una maternidad obligada son altos: altas tasas de maltrato infantil, “accidentes caseros” que pasan inadvertidos y, en ocasiones el filicidio.

Entonces, ¿puede ser visto el filicidio como una forma radical de rechazo ante una maternidad socialmente impuesta? Tal vez sea una manera inconsciente de revelarse contra ese destino que en ocasiones parece inexorable y que encierra a la mujer a vivir del lado de la naturaleza.

Tarea difícil para las mujeres: ser madres sin desearlo, una cultura que hace creer que su existencia gira entorno a la reproducción, que el sentido de su vida está condicionado a la existencia de otro, para finalmente convencerse a sí misma de que el “instinto” maternal es natural y no una construcción social.


[1] Para efectos de este artículo, se tomará la versión ofrecida por Gobierno del Estado de Aguascalientes. Disponible en: www.aguascalientes.gob.mx/Historia/Leyendas/Llorona.aspx
[2] Palma, Milagros (1992). La mujer es puro cuento. Simbólica mítico-religiosa de la feminidad aborígen y mestiza. Quito: Abya-yala p. 71
[3] Fiascaro, María Mercedes. El filicidio: un hecho de violencia contra la niñez. Disponible en: www.psicologiajuridica.org/psj77.html
[4] Azaola, Elena (1996) El delito de ser mujer. Hombres y mujeres homicidas en la Ciudad de México: historias de vida. México: CIESAS y Plaza y Janés.

[5] Lagarde, Marcela (1992) Identidad de género. Cuadernos de Trabajo. Curso ofrecido en el Centro Juvenil “Olof Palme”. Managua, Nicaragua.

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