Por Velvet Romero García
Desperté ese día muy temprano, como siempre en el suelo, hacía poco más de un mes que ya no compartíamos la cama, y yo tenía que dormir allí, entre chamarras y ropa para calentarme un poco. Un día de repente me dijiste que no te dejaba dormir y me mandaste al suelo y allí me quedaba dormida entre lágrimas y reproches tuyos.
Ya ni recuerdo cuando empezó todo, pero puedo decir que desde antes que viviéramos juntos ya eras así. Nunca me gritaste, mucho menos me pegaste, pero no hacía falta, no se necesita subir la voz para lastimar a alguien. Recuerdo con claridad tu primer arranque de celos: estábamos en tu casa y llegó uno de tus hermanos, en ese entonces no lo conocía y pregunté quién era, sonreí al saludarlo y eso bastó para que dejaras de hablarme, cuando te decidiste a decirme el por qué de tu enojo, sólo me contestaste… tu sabes por qué, tu sabes lo que hiciste.
Tus respuestas fueron siempre así, vagas, lo único que conseguían era hacerme pensar en qué pude haberme equivocado para hacerte enojar de ese modo, en realidad era lo que tu querías, que tuviera algo de qué culpabilizarme para permitir todo lo que vendría después.
El viaje
Me fui de la ciudad para irme a estudiar a otro lado, y tu, que en ese momento estabas desempleado, me seguiste, me prometiste que ibas a cambiar, que tus celos no iban a dejar que nuestra relación se fracturara y como siempre, creí en ti. Tuve que mandarte para tu pasaje porque no tenías, y el primer día que llegaste, revisaste todo el departamento para ver si encontrabas algo “sospechoso”, había una cama extra por si mi madre decidía visitarme y estaba cubierta por una colcha que me prestó la dueña del lugar, una señora rubia que cometió la imprudencia de dejar dos cabellos en la cobija, era el primer día, el primero y me hiciste llorar.
Un par de días antes de mi cumpleaños número 25 te llevé a conocer el centro de la ciudad, fue un día difícil, peleamos como siempre porque querías que te comprara un abrigo caro para tu cumpleaños que estaba próximo también y que no quise porque era lo único que me quedaba para pagar las cuentas del mes; regresamos en un camión atestado de gente, de repente, pediste la parada y te bajaste, yo pensé que ya habíamos llegado y bajé detrás tuyo y cuando me percaté de que no era ese el lugar, pregunté qué había pasado, si te habías confundido; me miraste como nunca lo habías hecho, con ojos de rabia y me respondiste: ¡yo no quiero andar con una puta como tu!; no sabía lo que había pasado, sólo pude ponerme a llorar y te grité que te fueras, que te regresaras, pero no, ni aún así te fuiste, dijiste que me perdonabas el que yo dejara que la gente me “manoseara”, que eso me encantaba, pero que me querías así, con todo y ese defecto.
¡Vete!
A partir de allí te pedí que te fueras, todos los días, t-o-d-o-s; yo pagaba las cuentas, el departamento, tu comida, hasta tus salidas a “buscar trabajo”, que terminaban en visitas a lugares turísticos de la ciudad. No había que comer, cómo le iba a decir a mis padres que estaba manteniéndote con su dinero, jamás. No tenía amigas porque tu te encargaste de aislarme, no podía salir sin ti: ibas por mi a la escuela, ibas conmigo al super, a hacer los pagos, mi familia estaba a muchas horas de aquí y yo sólo te tenía a ti para lastimarme.
Empecé a hacer cosas extrañas, un día gritando yo -porque hasta eso, tu no te molestabas ni en levantar la voz y por eso decías que yo era la histérica-, te decía que por qué me botabas la mano cuando te la daba al caminar por la calle: “para que vayas a tu antojo, viendo a quien quieras”-dijiste y como siempre, me puse a llorar y sentí unas ganas enormes de pegarte, pero quién recibió mi golpe fue un árbol y sólo conseguí sangrar y astillarme la mano.
La última
Aquel día tu te habías ido con tus nuevos amigos al campo, yo había aprovechado para ir con mis compañeros de clase a una fiesta, recuerdo que estaba bailando cuando tocaron el timbre, alguien salió a abrir y eras tu, me habías encontrado. Entraste y pasaste junto a mi sin saludarme, sonriendo a todos mis amigos, siempre eras tan amable con todos que nadie me creyó cuando alguna vez llegué a contar lo que me hacías, me ignoraste toda la noche pero yo ya sabía qué iba a pasar al regresar a la casa.
Era tarde cuando llegamos y empezaste a reclamarme cosas: que me había ido “sola y sin tu permiso”, que estaba bailando provocativamente con quién sabe quién, que no tenía que sonreírle a nadie, la manera en cómo iba vestida, y yo sólo atinaba a llorar; sorprendida empezaste a gritarme, me fui de la recámara, me seguiste, y seguías gritando, diciéndome cosas y yo solo quería que terminara todo esto, tomé un cuchillo y sin pensarlo dos veces me corté la mano y un chorro de sangre empezó a brotar, te acercaste para ver qué sucedía y en ese mismo instante, el cuchillo te perforó el corazón.
No puedo decir cuánto tiempo estuve tirada junto a ti, sangrando de una mano y viéndote sangrar del agujero de tu pecho, ni se cómo es que llegó la policía, mucho menos quién la llamó, lo único que sentía era un enorme alivio, ¿arrepentida?, no puedo decir que estoy arrepentida, mi responsabilidad se limita a que no pude detener el maltrato a tiempo, pero ¿cuándo era tiempo de detenerte si todo era tan sutil, tan rápido, que nunca me di cuenta cuándo estaba ya metida en este círculo?. No, tu nunca debiste haberme tratado así.
Tengo 10 años de sentencia, por haber intentado matarte, con suerte puedan bajarme unos cuántos, pero no, prefiero estar encerrada, que vivir de nuevo contigo.
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